lunes, diciembre 16


I'm young and in love.
Después de un día largo (muy largo) por fin me desprendí de toda la ropa que llevaba encima y me puse mi pijama de felpa. Otra vez mi piel entró en contacto con el crudo invierno; este es el cuarto consecutivo y ya casi que me voy acostumbrando.
Exhausta, ordené la pieza del hotel en donde me estoy hospedando y ya rendida me tiré en la cama. Todavía no consigo acostumbrarme al horario de esta ciudad. Sé que el fenómeno que estoy sufriendo  es el conocido y muy famoso jet lag. No es que haya demasiada diferencia horaria entre Argentina y Nueva York, pero por algún motivo tengo problemas con poder conciliar el sueño. Doy mil y un vueltas en la cama pero nada. Si bien mis piernas saben que no podrían dar ni un paso más y además de sentir todo mi cuerpo como si fuese una bolsa de cemento, estoy más despierta que nunca. Otra vuelta más. Cierro muy fuerte los ojos y por un momento, pienso en todo lo que hice en el día: me levanté y no me sentía muy bien. Aún así me junté en pedazos y me vestí. Me reuní con el resto de mi familia y juntos fuimos a desayunar. Discutimos qué haríamos en el día y por fin salimos al ruedo. Nos tomamos el subte* hasta Central Park y dimos un pequeño recorrido por el parque. 
*Andar en subte se encuentra ahora y de manera definitiva en mi lista de cosas favoritas. Cada vez que el metro partía de cada estación podía sentir mi cuerpo salirse de su lugar: una mezcla de emoción y adrenalina. Para mí, una de las mejores sensaciones en el mundo. 
Volviendo al parque, nos entusiasmamos con un par de ardillas que parecían querer enfrentarnos con cada paso que dábamos. Y es que ese lugar es su hogar y nosotros simples humanos que están de paso. Nuestro próximo destino fue el museo de arte moderno. No sé muy bien cómo describir lo que sentí cuando entré, pero puedo decir honestamente (y pese que mi bachiller es en Artes Visuales) no entiendo muy bien esto del arte, pero estoy impaciente por descubrirlo. Después de recorrer cuatro pisos, nos sentamos a almorzar en un restaurante dentro del museo. Nuestro mozo, (y sí que creo en las casualidades) era argentino, pero no lo supe hasta que terminé de ordenar el menú de toda mi familia. —Ya les traigo su comida— nos dijo, y boquiabierta y un poco indignada al notar su pronunciación (yeísmo) le contesté —¡Todo este tiempo hablabas español!—. Entre risas me dijo —¡Hay que practicar!—. El buen hombre, finalmente, luego de servirnos la miniatura de platos que habíamos pedido y que había costado lo que sale un pulmón, nos recomendó otros lugares por la zona que debíamos visitar. Así fue cómo llegamos al Rockefeller Center y su árbol de Navidad súper luminoso. No que no hayamos disfrutado de esos últimos momentos, pero el frío era cada vez más tedioso y el cansancio se iba haciendo notar. Terminamos nuestro paseo en la catedral de San Patricio y apenas puse un pié en la calle, estiré mi brazo y paré un taxi: al hotel por favor.
Salí de ese pensamiento y me sumergí en otro. Quienes me conocen de siempre saben muy bien que mi sueño de pequeña es ser una famosa escritora viviendo en Nueva York. Por un segundo pensé: me encuentro acá y ahora en este lugar y va a ser mi casa por 15 días, pero me falta una cosa: si mi sueño es ser escritora tengo que volver a escribir. Salí de la cama casi corriendo y agarré mi notebook. Por suerte mi blog siempre está abierto para cuando me agarran estas ganas desmedidas de volver a hacerlo.
(Apuesto a que ahora cierro los ojos y me sumerjo en el mejor de los sueños).